domingo, 2 de enero de 2011

Día 31. Viaje a Kamakura

Hola. Hoy he viajado a Kamakura. Gracias a Guillermo me he apuntado "al salto" a una excursión que iba a realizar Fernando, un albaceteño que vive aquí, con su familia, que ha venido a verle.

Quedamos en la estación de Ikebukuro y los encontré de casualidad, porque oí hablar en español y eran ellos. Los que conoceis Tokio y sus estaciones de metro os dareis cuenta de lo raro que es encontrarse en una sin quedar en un sitio exacto.

Bueno, pues nos pusimos en camino. Teníamos una hora de tren, pero nos equivocamos de dirección y en vez de hacia la costa, nos fuimos hacia el interior, por lo que el viaje de una hora se transformó en uno de tres horas.


Al llegar, nos estaba esperando Hirata San, un señor muy majo que habla inglés y algo de español, y junto con otro guía nos enseñaron lo mejor de esta ciudad.





Todo el grupo ante el templo Tsurugaoka Hachiman-Gu



Esta es la escalera principal al santuario. A la izquierda se ve el tocón de un ginkgo enorme derribado hace poco por una tormenta. Tiene su leyenda, pues tras él se escondió un pariente de no sé qué shogún y lo mató cuando pasaba desprevenido (Guillermo dixit).




Y ¡Oh, sorpresa, Eso que se ve ahí es un enorme esqueje que hicieron con el tronco del ginkgo quebrado. ¡Y les ha enraizado! Creo que son los mejores jardineros del mundo.



La gente llegaba al templo, se purificaba lavándose la mano izquierda y la boca, echaba una moneda en el templo y pedía un deseo para el nuevo año. Se les veía rezar con mucha devoción. Estos papelitos creo que los venden los monjes y llevan escritas cosas buenas o malas, creo. La gente los deja atados al salir.





El santuario está en una ladera rodeado por bosques y jardines. Yo me había fijado durante el viaje en que sólo están cultivadas y habitadas las zonas llanas, mientras las montañas están cubiertas de un espeso bosque. Hirata me aclaró que es porque siempre han creido que las montañas eran la morada de los dioses, así que no las han roturado. Ni siquiera los castillos están en ellas.




Comimos estupendamente en un buen restaurante.



Y después visitamos el Buda gigante.





Y otro templo aún más bonito que el anterior, con vistas sobre la ciudad y el mar. La tela violeta es por la festividad de Año Nuevo.


En este templo una zona que da un poco de yuyu, llena de estatuillas de pequeños budas. Representan a los niños que mueren al poco de nacer, los que en occidente van al Limbo, vamos.


A la vuelta, sin pasar por el hotel ni ná de ná, a celebrar la Nochevieja en casa de una pareja sevillana entre españoles, japonesas y demás minorías. Estuve hasta las 5 de la mañana, cuando el inicio de los cercanías nos permitió volver a "casa".


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